De todas las formas de inversión pasiva, las más simples son las que suelen provocar más indiferencia, o lo que es más curioso, mofa. Hay una especie de creencia popular de que aquellos que consiguen buenos resultados en bolsa son los que tienen un coeficiente intelectual elevado y una importante formación académica financiera, y de que para ganar dinero en los mercados se requiere de unos conocimientos fuera del alcance del inversor medio. Pamplinas.
Por otro lado, existe también una tendencia entre los inversores de medir su éxito por la consecución o no en el pasado reciente de batir al mercado. Oh!, qué cosa, batir al mercado. Se me ocurren pocas cosas más estúpidas para un inversor que tener como meta batir a la media de participantes en la compra y venta de valores. ¿Qué más te da? Lo único que debes tener en cuenta es que tu estrategia de inversión sea la herramienta que te permita ganar el suficiente dinero como para acabar viviendo como quieres, o al menos, lo más cerca posible de satisfacer tus necesidades. No importa tanto llegar el primero, sino llegar y disfrutar.
«Toda la infelicidad humana tiene un mismo origen: no saber estar tranquilamente sin hacer nada en una habitación».
Blaise Pascal
Hay un enemigo que lucha de forma incansable, infatigable, contra el objetivo del ahorrador de cumplir sus objetivos de largo plazo, la inflación. La reducción del poder de compra del dinero ahorrado debe estar presente en tu mente siempre que acudas al mercado para sacar partido a tu ahorro. Los inversores con rentas fijas podrían perder capacidad de compra, así que hay que buscar en las acciones el producto que te permita mitigar la erosión de la inflación a largo plazo mediante el incremento en el cobro de dividendo y aumento del valor de las empresas cotizadas.
A partir de lo anterior, podríamos considerar que los bonos son una mala inversión y las acciones la inversión ideal. A finales de la década de los 90, la obsesión por luchar contra la inflación y el alza continuada de las acciones llevaron a los inversores a tener en acciones hasta el 135% de su cartera, apalancándose llevados por la credulidad adquirida gracias, entre otros, a consejos de expertos como Jeremy Siegel y su Guía para invertir a largo plazo.
Creo que los lectores de este blog tienen ya la templanza suficiente como para no hacer caso de afirmaciones tan tajantes acerca de lo ideal y lo absurdo, de lo bueno y lo malo, de lo adecuado y lo desdeñable, en este alocado mundillo bursátil. Ni las acciones son siempre lo mejor, ni los bonos son siempre lo peor, ni todo lo contrario. Tampoco es tan sencillo predecir que las acciones seguirán siendo la herramienta adecuada en el futuro, ya que no sabemos de antemano la tasa de inflación que nos espera. Las acciones han sido el arma perfecta en el pasado contra la inflación media sostenida, pero que lo logren en el futuro es tan seguro como que lloverá en Madrid en la primera quincena de noviembre de 2030. Probablemente sí, pero puede que no.
Hasta el mismísimo Ben Graham, en El Inversor Inteligente, recomienda al inversor (pág. 37) dividir la cartera de forma que las acciones nunca tengan más del 75% del peso total, ni menos del 25%, alentando incluso a optar por la sencilla y simple combinación de 50-50, y balancear cuando el mercado desequilibre la proporción en un 5%. Sí querido lector, el mayor de los expertos de la inversión en acciones piensa que «el futuro de los precios de las acciones no se puede predecir NUNCA» (pág. 39).
Es más, en un estudio apuntado por Jason Zweig, psicólogo y periodista financiero comentarista de la edición actual (pág. 81) de El Inversor Inteligente, en los ciclos de corto y medio plazo en los que la inflación se desboca por encima del 10%, las acciones se muestran incapaces de generar el rendimiento necesario para proteger la cartera de la pérdida de poder adquisitivo. Y cuando cae por debajo del -10%, el descalabro bursátil es casi paralelo. Es decir, en el pasado, a largo plazo, las acciones han batido con facilidad a la inflación media, pero en pequeños ciclos de inflación desbocada o deflación acusada, las acciones se muestran incapaces.
EL CONSEJO DE BEN GRAHAM.
Por lo que respecta al padre de la inversión value, la mejor forma que tienes de vencer la incertidumbre inflacionaria es formar tu cartera de acciones y bonos, reequilibrar en los movimientos de medio plazo y esperar. Predecir es un método perdedor. Sobre-operar es un método perdedor. Ponderar 100% acciones o bonos suele ser un método perdedor. No te lo digo yo, te lo dice Ben.
También destaca Graham (pág. 73) la inutilidad a priori del oro, al contrario de la creencia popular, de proteger de forma segura al inversor frente a la inflación sostenida de largo plazo. En ciclos de gran inflación funciona, pero a muy largo plazo las «cosas» se revalorizan al ritmo del aumento del precio de las «cosas», independientemente de su volatilidad. El oro no produce nada, no tiene valor intrínseco, por lo que solo vale lo que te quieran pagar por él, así que no es más que algo que sería imposible comprar si hubiera subido de precio con una tasa de crecimiento superior a la inflación. Lógico.
EL CONSEJO DE ZWEIG.
Jason Zweig, en su comentario al capítulo dos, recomienda añadir a la cartera de acciones y bonos dos elementos de diversificación que podrían añadir una protección extra en ciertos periodos inflacionistas.
Por un lado REITS. Añadir un pequeño porcentaje de acciones inmobiliarias a la parte de renta variable posibilita que, sin ser un instrumento fiable para combatir la inflación de corto plazo, sí debería ofrecer una defensa extra contra la erosión del poder adquisitivo, y muy importante, sin deteriorar la rentabilidad general de la cartera.
Por otro TIPS, lo que aquí conocemos como bonos protegidos contra la inflación, que aumentan su rentabilidad si el precio de la vida sube. Para Zweig, al menos un 10% de los activos para la jubilación deben estar en estos productos que combinan la seguridad de la renta fija del gobierno con el extra de protección ante la inflación.
EL CONSEJO DE WILLIAM BERNSTEIN.
En una de las excelentes notas a pie de página de este fantástico libro que hoy utilizo para desarrollar la entrada, Bernstein, autor de The intelligent asset allocation y Los cuatro pilares de la inversión y uno de mis divulgadores financieros favorito, discrepa de la opinión de Graham de repudiar los metales preciosos como herramienta contra la inflación. Señala que, basándose en sus estudios sobre la frontera eficiente, añadir un 2% de oro a la cartera no supone un lastre para la rentabilidad general de largo plazo, sin embargo, cuando el oro tiene un ciclo alcista, su rentabilidad es tan espectacular que puede hacer que la cartera brille ante las demás.
En cualquier caso, propone evitar el oro físico y hacerse con un fondo, lo más barato posible, de acciones mineras, limitando el peso en cartera al citado 2%, o un 5% si se trata de una persona que necesite reducir la volatilidad total de su portafolio gracias a la descorrelación de las mineras con el mercado general.
Ya ves, brillantes mentores discrepan sobre qué activos y en qué porcentajes debes formar tu cartera. Todo lo que comentan tiene una lógica comprensible pero, si ellos no se ponen de acuerdo, ¿cómo no vamos a tener dudas los demás?
Te animo a que reflexiones sobre todo lo leído, y que veas como no es tanto acertar con la cartera exacta para el futuro, sino que planifiques basándote en tus propias necesidades personales y familiares, que se adapte a lo que la historia de los mercados nos enseña y al incremento medio del precio de la vida, que no des nada por sabido y mucho menos que te sirva como predicción, y que sigas fuerte en el camino para que la vanidad no te arrastre a especular con el incierto futuro.